viernes, 27 de julio de 2007

Dos generaciones: Universidad Fábrica, Universidad Partido y Universidad Empresa

Una generación se constituye durante los procesos de cambio en la sociedad, sin importar su edad biológica, su influencia depende de la receptividad que sus ideas tengan en el tejido social, y su repercusión es consecuencia de las necesidades que la población tiene por espacios de participación y desarrollo en cada época.

La generación de 1970 en la UAS, la que definió su autonomía, fue en su momento la promesa de futuro; un grupo de estudiantes, maestros y trabajadores que bajo el halito de reforma universitaria movilizó a un porcentaje importante de la sociedad sinaloense.

Pero, detrás de la imagen de “lucha” de los años 70´s abría que indagar el llamado proceso de rectificación de los grupos políticos que pululaban en la universidades y escuelas normales del país. Bajo el modelo de “bajar a los changos de los árboles”, el PRI en los 70`s otorgó en concesión a la izquierda intelectual del Partido Comunista Mexicano varias universidades, entre ellas la Autónoma de Guerrero, Puebla y por supuesto la de Sinaloa, con lo que se buscaba claramente disminuir el activismo en los procesos sociales, de ahí que la creación y la aprobación del Contrato Colectivo de la UAS haya tenido el respaldo y la tolerancia del gobierno del presidente Luís Echeverría y su gobernador Genaro Calderón, y fue el mismo caso en Guerrero y Puebla.

Algunas universidades del país se debatían en la disyuntiva de la lucha de clases, la revolución a la vuelta de la esquina, discurso heredado de la universidad fabrica, este fue el caso de Sinaloa, una universidad moldeada para la época que se vivía, producía activistas profesionales que apoyaban, fomentaban , conducían las protestas y las luchas sociales de la clase obrera, ferrocarrileros, campesinos solicitantes de tierra, sindicatos maestros del sindicato magisterial, protestas de médicos que hicieron época e historia, apoyados de manera directa por el PCM.

El proceso de rectificación de 1978 dio como resultado la modificación de universidad fabrica a universidad partido, fue en este momento cuando la universidad se organizaba y repartía a través de los partidos de izquierda, cuando se consolida el sindicato universitario y el Contrato Colectivo de Trabajo.

En retrospectiva, las reformas en la UAS históricamente han sido fruto de movimientos estudiantiles, con participación activa de un claro segmento entre los maestros y trabajadores en general, coordinados y en franca solidaridad, de manera regular han sido exitosos. Solo la fragmentación de estos movimientos auspiciados por la elite universitaria ha logrado detener algunos procesos, así tenemos que la suerte de los grupos que en los años 80´s se movían alrededor de los “becados” fueron sucumbiendo uno a uno en la delimitación geopolítica, previamente diseñada, del sistema asistencial y el bachillerato universitario.

El proyecto de universidad de la generación del 70, hoy se ha desdibujado, se ha diluido, encaminándose hacia el utilitarismo del saber, marcado por lo que Gabriel Zaid (1988) dibuja en su libro “De los libros al Poder”. Lo que nos indica que es apremiante la necesidad de una nueva generación en la UAS.

Fue tan recurrente la “elite” universitaria en su actuar en contra de los movimientos estudiantiles, que al llegar a la década de los 90´s el proyecto de universidad erigido por la “izquierda en la UAS” había expirado, estaba vació de contenido, por lo que vasto un leve coqueteo del salinismo para que en masa los universitarios soltaran los discursos “decadentes” del socialismo real. Por esta razón, ante la resistencia de la joven generación, que emergió en ese momento, contra las políticas privatizadoras neoliberales en la UAS, se sembró un silencio sospechoso.

Quienes asumieron “la renovación del discurso académico” en la universidad, en 1993, al vaciar ellos mismos el modelo de universidad partido, consideraron que el decálogo de la solidaridad neoliberal de salinas era para siempre que el rumbo que ciñeron los apologistas de la postmodernidad, la sociedad postindustrial, la tercera ola, y la sociedad de la información (Alvin Toffler 1980, Daniel Bell 1986, Manuel Castells 1988; entre otros) les permitiría simular la transformación académica de la vieja casa rosalina. Se equivocaron.

Aún más, hay algo que la generación del 70 no ha aprendido: El desarrollo académico no se maquilla con unos puntos del SNI, ni con reconocimientos o certificaciones, el desarrollo, es producto de un basto proceso de construcción de un potencial creativo; pero la creatividad sólo existe en aquellos lugares en los que se ha permitido pensar a las jóvenes generaciones, en dónde la libertad es el activo más preciado. Pero si en un punto hemos fallado, como comunidad universitaria, es en desembarazarnos de los totalitarismos de derecha e izquierda y en la continúa terquedad de apostar por la simulación de los procesos.

El proceso de transmutación de la universidad partido a la universidad empresa, no ha resultado lo eficiente que esperaban ni la “elite” universitaria, ni los grupos empresariales que al amparo del presupuesto universitario han amasado grandes fortunas; la universidad continua en caída libre.

Ante esta debacle de la universidad partido, y para que el cambio sea una “éxito”, la generación de 1970 se encuentra ante una encrucijada o renuncia a uno los logros del pacto con Echeverría (El Contrato Colectivo de Trabajo) o se arriesga a enfrentar una revuelta universitaria sin el apoyo del estado, lo que la llevaría a perder el control sobre el presupuesto universitario y con ello el control político de la universidad.

El Contrato Colectivo de Trabajo que fue creado en el contexto político y social de los 70´s se encuentra hoy con las contradicciones de un momento histórico distinto, en el que la “elite” universitaria, en decadencia, no atina a ponerse a acuerdo y la joven generación no emerge.

En todo caso, habría que decir que los universitarios están debatiendo bajo un supuesto equivocado, empatando el Contrato Colectivo de Trabajo con la sucesión rectoral, que si bien, es un magistral movimiento de la ingeniería política, es al mismo tiempo un error de cálculo, porque en los hechos las condiciones económicas del país obligan a un debate serio y sereno de las relaciones contractuales de los trabajadores, por una parte; y a procesos democráticos transparentes por otra.
Los grupos universitarios continúan con el maniqueísmo: el bueno, el malo y el feo. Pero en este maniqueísmo, se mueven los intereses de los grupos que dirimen sus “diferencias” a través de los tiempos políticos de la universidad, sin que atinen a ver, en la mayoría de los casos, que el contexto sociopolítico y geopolítico los ha rebasado.

La encrucijada actual en la UAS es artificial, porque es el producto de la decadencia de la generación del 70, no es un problema de la institución, es una anomalía fruto de la falta de un cambio generacional profundo y real en el devenir histórico de la vieja casona Rosalina.

En el ceno de la universidad gravitan hoy dos generaciones, una con la inercia del discurso transmutado de la universidad fabrica a la universidad empresa, y otra, latente, que se encuentra en una disyuntiva real o espera la jubilación efectiva de aquellos que formaron la universidad actual o asalta por derecho los espacios de un proceso académico efectivo en la universidad. El tiempo dirá.

jueves, 19 de julio de 2007

Enrique Félix Castro "El Guacho Felix"

A 34 años de "el guacho": el olvido
"somos el viento animal del porvenir"
Enrique Félix (1911-1965)

¿Por qué el hombre olvida? ¿Por qué las sociedades lo hacen? En estos tiempos es propio de ilusos creer que el olvido es cuestión de azar o producto de la suma de vértigo y sobrevivencia. Quizás en planos sociales no se pueda hablar de falta de memoria sin considerar la existencia de una promoción cotidiana de la misma.

Es iluso, también, creer que la selección y promoción de los hechos (con sus respectivas cargas ideológicas) que conforman la memoria social, implica lo que ha de ser olvidado, es decir, que el olvido es consecuencia inmediata y no, por igual, de una selección y promoción de lo que ha de confinarse al olvido.

La programación o, como dijera Milán Kundera, la institucionalización del olvido, es un hecho para aquellos hombres y pasajes históricos que significan espacio o posibilidad de discusión, reflexión y conciencia.

Enrique Félix Castro, «El Guacho», es ejemplo de resultas de una concertación del olvido; desperdigada su poesía, «Los muros de la tarde se desploman en la tempestad del color. Es el drama de la flagrante... y en el horizonte del malecón dormido muy cera de mis ojos, muy cerca de mi vida: el magnífico arrebato de pájaros al vuelo»; abandonadas sus reflexiones: «tenemos todo pero... a medias»; desterrado de la memoria sinaloense y sin más reconocimiento que el rendido por jóvenes «necios» que «creen» resistir desde el silencio los embates de un futuro no elegido.

Enmudecida a fuerza de ignorancia, la obra de Enrique Félix Castro contiene coordenadas imprescindibles para reconocernos culturalmente. Las consideraciones acerca del romanticismo exacerbado, como elemento capital del complejo cultural sinaloense revelan los «cimientos» sobre los cuales ha de construirse la historia; revelan la «atmósfera» que explica y justifica nuestra acción. Su poesía, sencilla, a la vez profunda tiene por material las calles «mojadas de claridad», las jornadas que se libran en ellas «el malperío» picado de «rumor franciscano», las calles preñadas de color y silencio; la lluvia, el río, la nostalgia, la modorra, son el alma de las horas, donde las cosas están por ser dichas; todas las cosas están por ser hechas» (Barbuse).

¿Cómo explicar el vacío histórico, en el lugar que debería estar la palabra, la razón, la vida y la obra de Enrique Félix «El Guacho»? Quizás sus reflexiones contengan la respuesta.

Rechazando la concepción de la memoria como propiedad reducida a la mente individual y considerando el papel de las instituciones en la creación, mantenimiento y transformación del recurso social, habría que considerar silenciada, no por intrascendencia, sino por significancia, la obra de Enrique Félix, por la posibilidad que representa para la conformación de la conciencia social y la ubicación y solución de nuestras miserias, que es la ubicación y «solución» de quienes las proyectan, promueven y consolidan cotidianamente.

El romanticismo, el lirismo, la contemplación que sacuden desde el silencio al sinaloense, significaran siempre la posibilidad, aventura contenida, impulso frustrado, mientras no posea conciencia de su realidad e historia.

Un homenaje a Enrique «El Guacho» Félix es ser rebelde, ser romántico, ser joven; a 34 años de su muerte (en el destierro, en la soledad) desempolvando la memoria, «Ancla y Estrella».

Septiembre de 1999

miércoles, 18 de julio de 2007