EXISTE SUPREMACIA CASTRENSE SOBRE EL PODER CIVIL
Aprehendido en 1993, a raíz de la publicación en la revista Fórum de un extracto de su tesis de maestría, titulada Las necesidades de un ombudsman militar, el general advierte que el país está en los albores de un Estado de guarnición
BLANCHE PETRICH
http://www.jornada.unam.mx/2007/07/30/index.php?section=politica&article=005e1pol
El presidente Felipe Calderón ”gobierna las entidades federativas mediante los comandantes de las 42 zonas y las 12 regiones militares y no por medio de los gobernadores. En un momento de conflicto que pudiera estallar en algún estado, el mandatario no se apoyará en las autoridades civiles, sino en los comandantes”, advierte el general José Francisco Gallardo.
Esta condición de supremacía militar sobre el poder civil, que empezó a perfilarse durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari y terminó por concretarse con Vicente Fox Quesada, ha regresado al país a la condición de militarización que prevalecía en el México de principios del siglo pasado.
Fue la naturaleza deliberativa del Ejército Mexicano la que permitió que -10 horas antes de lo previsto por la Constitución para la transmisión de mandos- se concretara bajo las sombras de noche y en una ceremonia marcial la entrega de la banda presidencial al Ejército, la víspera del primero de diciembre del año pasado. ”Esa fue -subraya el general Gallardo- una inequívoca señal de la intervención militar en la política nacional”.
Doctor en administración pública, el general se pregunta: ”¿Qué hubiera pasado si Calderón no hubiera tenido el apoyo del Ejército en ese momento? Hubiera aceptado la apertura de las urnas; se hubiera visto obligado a negociar con grupos sociales, entre dos actores políticos que se estaban disputando una posición. Eso hubiera sido lo más sano. ¿Qué hubiera pasado si se llega a contar voto por voto y a la postre queda Calderón como presidente? Hoy tendría la fuerza y la legitimidad que no tiene. Condición que lo obliga a apoyarse en el Ejército”.
Lo que el general José Francisco Gallardo expresa en entrevista con La Jornada, palabras más, palabras menos, lo expuso a principios de mes ante un panel de sinodales que lo examinaron para obtener el doctorado en administración pública en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Su tesis, Ejército y sociedad en México, reforma de las fuerzas armadas, un texto de más de mil páginas, desmenuza el proceso que llevó a que, en esta primera década del siglo XXI, la relación cívico-militar en el país se encuentre, ‘’si bien en otro contexto y circunstancias, en situación similar al México militarizado de principios del siglo XX”.
Gallardo cayó preso en noviembre de 1993, a raíz de la publicación -en la revista Forum- de un extracto de su tesis de maestría que se titulaba Las necesidades de un ombudsman militar en México. Por un delito de conciencia y opinión pasó ocho años en la cárcel, dos más que el general Mario Arturo Acosta Chaparro, acusado
de narcotráfico y responsable de cientos de desapariciones durante los años de la contrainsurgencia en Guerrero.
A sus 60 años de edad, el general disidente se mantiene firme en su demanda de ser reintegrado a las fuerzas armadas y de que el Ejército Mexicano le restituya todos sus derechos conforme a su rango, incluido el pago de 13 años de salarios que le fueron suspendidos cuando fue detenido. Ninguna disposición del alto mando lo ha hecho desistir de sentirse general, ni de persistir en su objetivo último: abrir brecha para que, algún día, el Ejército sea sometido a reformas de fondo que lo conviertan en una institución propia de un Estado moderno y democrático.
Ese es el eje de su tesis de doctorado, aprobada por unanimidad por sus sinodales: Lorenzo Meyer, Ana Esther Ceceña, Miguel Concha, Gilberto López y Rivas, Raúl Olmedo y Francisco Patiño.
-Sostiene usted que el Estado permite la participación del Ejército en política.
-Sí. Es, y no debería serlo, un Ejército deliberativo. La prueba más reciente fue la entrega de la banda presidencial a un militar, la noche previa al primero de diciembre, en Los Pinos.
-¿Cuál es su interpretación de ese momento?
-Fue una ceremonia preventiva por si Felipe Calderón no lograba tomar posesión en el Palacio Legislativo. En ese momento se reafirmó lo que siempre se ha visto en México: la participación del Ejército en los asuntos políticos mediante una relación cívico-militar viciada de origen. Hay estudiosos que dicen que esto fue lo que vacunó a México contra los golpes de Estado. Pero en un Estado democrático el Ejército debería estar subordinado a un poder civil que se anida en los poderes de la Unión.
-¿Puede expirar esa vacuna?, ¿darse una circunstancia en la que se rompa este equilibrio y los militares empiecen a ejercer el poder de manera más directa?
-Estamos en los albores de llegar a un Estado de guarnición, donde el Ejército está en permanente confrontación con la sociedad civil y la tiene permanentemente bajo el miedo. Eso ocurre ya, cotidianamente, en el sur y la zona fronteriza. Por eso digo que Felipe Calderón gobierna en los Estados mediante los comandantes militares.
-¿Cómo quedan los gobernadores ante esta situación?
-Se reduce su autoridad. La presencia del Ejército en asuntos que no son de su competencia desplaza las facultades constitucionales de la autoridad civil, federal, estatal y municipal, contra lo que previene el artículo 21 de la Constitución. Por eso yo planteo que, como parte fundamental de una reforma militar, está la necesidad de quitar facultades al titular de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena).
-En su opinión, ¿qué otras reformas se requieren?
-Propongo cambios en las que las funciones castrenses irían encaminadas a la defensa exterior del país, que la Sedena tiene contemplada en el Plan DN-I, responsabilidad directa del alto mando militar y que se materializa en la política militar del Estado, y reforzar el Plan DN-III, porque no hay ninguna institución del Estado que pueda acudir en caso de desastre en tiempo, despliegue y capacidad de operación que abarca todo el territorio nacional.
”También planteo anular el Plan DN-II, porque actualmente el Ejército Mexicano despliega su operación, capacitación, adiestramiento y equipamiento en este plan que tiene por objeto controlar el asunto del orden interno, en el que las fuerzas armadas ubican a su enemigo dentro de las fronteras. Los ejércitos no son creados para combatir al enemigo interno. Los asuntos de orden interno le corresponden a la autoridad administrativa, o sea, la policía.
”Hay otro plan sin número, que es el de Defensa Nacional Antinarcóticos, que se subsume al Plan DN-II y cae en funciones de carácter policiaco. Aquí lo que se tiene que hacer es formar una policía nacional que cumpla con esa función, que no es de competencia militar. Ahora bien, el Ejército Mexicano tiene una función de carácter político, porque tiene como misión tutelar la soberanía y la independencia
del país. Ninguna institución del Estado la tiene. Es el soporte
del orden institucional, jurídico. Para cumplir con esta misión política, el artículo 129 constitucional le dice que no puede salir de sus cuarteles y debe desempeñar cualquier actividad que tenga exacta conexión con la disciplina militar. Actualmente no tenemos un Ejército que nos pueda defender de una agresión del exterior, no se tiene la capacidad.”
-Pero tampoco hay una amenaza del exterior -se hace notar
-Cierto, pero el desmantelamiento de la capacidad defensiva fue impuesta desde el Pentágono estadunidense por conducto de la ASPAN (Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte) y el Comando Norte, en donde la intención del Pentágono es transformar los ejércitos latinoamericanos en fuerzas de ocupación, involucrarlos en el combate al narcotráfico o en los asuntos de seguridad pública. Esto tiene una intención velada, porque lo que están haciendo el Pentágono, y el Congreso lo acepta, es debilitar el poder militar del Estado mexicano.
-¿Por qué necesitaría México un Ejército fuerte?
-Hoy necesitamos revisar qué tipo de Ejército necesita México. Yo creo que el actual no es adecuado a nuestras necesidades. Es un Ejército pesado que no puede responder a los reclamos sociales ni defendernos de una amenaza exterior. Efectivamente, no existe esta amenaza, pero nos estamos encaminando a que en un momento dado provoquemos que Estados Unidos participe con sus tropas en territorio nacional. Estamos viendo en los medios de comunicación que las fuerzas armadas pueden ser vencidas en la lucha contra el narcotráfico. En un momento dado el Pentágono puede decir que ante esa incapacidad ellos tienen que entrar.
Julio 30th, 2007
El Pueblo que no Quería Crecer Ikram Antaki
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